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Para cerrar el ciclo iniciado en estos blogs, y para luego concentrarme en lo que llamo el ‘alfabetismo emocional’, la concentración en el SER y la búsqueda de la autenticidad como la mejor opción de la persona, trataré un poco el tema del miedo, aquella emoción paradójica, pues al fin de cuentas ayuda a la sobrevivencia pero también al estancamiento.

En general lo que nos atrapa en las zonas de confort es el miedo a salir de ellas, a lo desconocido, a lo que no sabemos si controlaremos. No es esperable no sentir miedo. En realidad esta es una emoción inteligente; lo opuesto, la temeridad, puede poner en riesgo la vida (por ejemplo, el que enfrenta ‘valientemente’ a quien le roba el celular, para recibir a cambio una puñalada mortal). Cito para argumentar la ‘racionalidad del miedo’ un experimento clásico: usan un corredor, en el cual hay un vidrio en una parte; el vidrio permite ver en un pedazo del corredor un ‘abismo’. Dejan pasar criaturas pequeñas de varias especies, y todas cruzan como si nada el corredor. Pero el bebé humano apenas llega al vidrio y percibe el ‘abismo’, frena. Es decir, detecta el peligro, siente el miedo y para…..(espero haber sido claro con el ejemplo).

La frase de Mandela, ya citada pero que repito (“Aprendí que el coraje no era la ausencia del miedo sino el triunfo frente a él. El valiente no es quien no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”), me lleva a afirmar que lo que debemos hacer con el miedo no es temerle, sino enfrentarlo….el niño que teme al cuarto del coco, solo superará ese temor el día en que se atreva a abrir la puerta de ese cuarto, para ver que solo había muebles viejos….La trampa, o el círculo vicioso que perpetúa al miedo solo se rompe cuando se enfrenta la situación que tememos. Ello porque solo demostrándonos que podemos es que vamos a sentir seguridad.

¿Qué hacer entonces con el miedo? Susan Jeffers, quien falleció de cáncer, se volvió  experta en el miedo. En su libro, muy popular, Feel The Fear and Do It Anyway, citado atrás, y donde cuenta su propia experiencia (era muy temerosa), analiza en forma muy simple y esquemática el miedo, y plantea que todo miedo se puede clasificar en una de tres categorías o niveles:

  • Nivel 1: A cosas que pasan o que requieren acción (ejemplo: envejecer, incapacitarse, retiro laboral, un desastre natural, tomar decisiones, hacer un cambio de carrera, etc.)
  • Nivel 2: A cuestiones que involucran el ego (rechazo, éxito, fracaso, desaprobación, etc.)
  • Nivel 3: El mayor miedo, A NO MANEJAR LAS COSAS (ejemplo: no manejar el cometer un error, no manejar el envejecimiento…el enfermar….el quedar solo….)

Cada nivel recoge el precedente. Es decir, todo temor del Nivel 1 se reduce a un temor del Nivel 2, y así sucesivamente. Por ejemplo: el temor a hacer un cambio de carrera se circunscribe al de fracasar con este cambio, y este, al de no poder hacer cargo de equivocarse con la decisión.

De acuerdo con esta idea, lo clave para debilitar el miedo sería desarrollar más confianza en que podemos manejar lo que se nos presente, que en últimas, es lo que significa EMPODERARSE. En otras palabras, el miedo es inversamente proporcional a la noción de uno mismo como alguien que PUEDE HACERSE CARGO…

Según S. Jeffers, hay algunas ‘verdades’ sobre el miedo:

  • Nunca dejará de estar ahí, en la medida que crezcamos
  • La única forma de sobreponerse al miedo es “salir y hacer las cosas”
  • La única forma de sentirnos mejor con nosotros mismos es “salir y hacer las cosas”
  • No solo a uno le pasa que siente miedo hacia lo nuevo, hacia lo desconocido…nos pasa a todos.
  • Es menos atemorizante avanzar enfrentando el miedo, que vivir con el miedo subyacente que surge de sentirnos impotentes (desempoderados).

Tenemos la opción (también según SJ) de situarnos, de movernos, en uno de los dos polos que identifica ella, y que los llama “Polo del Dolor” y “Polo del Poder”. El primero se caracteriza por la desesperanza, la depresión, la parálisis, caracterizados por frases o palabras como “no puedo”, “problema”, “espero”, “no es mi culpa”. El segundo, caracterizado por sentir que se tienen opciones, energía, acción…..y por palabras o frases como “no quiero” (en vez de “no puedo”), “oportunidad” (vs problema), “se” (en vez de “espero”), “soy plenamente responsable” (vs “no es mi culpa”).

De acuerdo con esto, la actitud fundamental es la de TOMAR RESPONSABILIDAD POR NUESTRA PROPIA VIDA. Al no tomarla, nos colocamos en la posición de “dolor”, y así disminuye nuestra posibilidad de manejar el miedo.

Para terminar, cito la diferencia entre el miedo y el miedo al miedo, o pánico. El miedo es natural, el pánico es una situación artificial, basada en hacer lo contario a lo que dice la frase de Mandela. Me gusta mucho citar el que llamo “efecto arena movediza”. Creo que las personas caemos con frecuencia en situaciones así. A qué me refiero? Cuando una persona cae en arena movediza, quienes le van a ayudar a salir le dicen: “no se mueva porque entre más se mueva más se hunde”. Lo paradójico es que la situación genera angustia que hace moverse desesperadamente….

Cierro entonces este ciclo de blogs, enfocado en el análisis del liderazgo de sí mismo como fundamento del liderazgo de otros, en el de la búsqueda de la fuerza interior, y de prototipos de situaciones en que se dispara esta, entre otras la adversidad, pero no siendo la única, destacándose en el sentido menos ‘doloroso’, la búsqueda de la excelencia; el análisis del cambio como constante de la vida, pero no como constante de lo que los individuos buscamos; el análisis de las zonas de confort como posición comprensible pero que puede limitar el crecimiento, con el miedo como la variable crítica para determinar que nos tendamos a mantener en las zonas de confort, y finalmente, el análisis de las crisis como las situaciones que nos pone en frente la vida, y que nos sacan bruscamente de las ZC. Todo girando en torno al concepto central del liderazgo de si mismo, y de la variable critica para este: la calidad de la relación de la persona consigo misma. Al final de cuentas, lo único que estará “siempre ahí” en la vida de la persona, es ella misma. Si soy el inquilino de mi mismo, y siempre lo seré, mi mejor opción es desarrollar una buena relación entre el dueño y el inquilino, pues esta relación siempre va a existir, desde el primero hasta el último de los respiros.