
Vuelvo con un tema que he tratado por separado en blogs anteriores. Acá los ligo.
Asistía ayer a un evento sobre Ética y Responsabilidad Social del empresario. Gran tema, muy loable, pero a mi juicio algo idealista; lo cual en si mismo no está mal.
Primero: los Olímpicos. Decía atrás que son para mi probablemente el certamen mundial más paradigmático de nuestra sociedad global (o al menos la occidental). Es la presión de la cultura hacia la excelencia individual. El campeón olímpico que gana una medalla de oro probablemente se ha esforzado durante toda su vida, muy disciplinada y sistemáticamente, por alcanzar esta preciada meta. Todo ha girado durante toda una vida, en torno a un día poder pararse en un podio, en el lugar reservado al primer puesto, recibir una medalla – hipotéticamente de oro – y besarla. Breves segundos que le permiten decirse a sí mismo y al mundo: SOY EL MEJOR.
La distorsión se crea cuando esta meta se necesita alcanzar sin importar el cómo. Es por ejemplo el caso del dopaje, que en estos Olímpicos está desde antes de empezar empañando la competencia con los escándalos de la delegación rusa. Entiendo que el Estado ruso promocionó esta práctica, y supongo que por lo mismo que en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936) buscó Hitler para demostrar la supremacía de la raza aria y el pueblo alemán. El deporte en función de la política internacional.
Un caso paradigmático es el de quien otrora fue un gran ídolo, que se desplomó a causa de descubrirse su doping: Lance Armstrong. Lo que sucede es que el “fin pasa a justificar los medios”.
Segundo: La Responsabilidad Social Empresarial (RSE), la ética del empresario. Atrás traté casos como el del Grupo VW, el de Nissan y los de los ya famosos carteles en Colombia: de los pañales, de los cuadernos, del papel higiénico, donde grandes trasnacionales rompen sus códigos de conducta y atentan contra los postulados de la libre competencia y en últimas, contra el consumidor a quien le generan sobreprecios cuya única finalidad es aumentar la rentabilidad de las empresas participantes. Entiendo que en el foro de ayer se pronunció muy bien sobre el tema de la ética del empresario el Superintendente de Industria y Comercio, Pablo Felipe Robledo, quien con valentía ha impuesto grandes multas a empresas poderosas por constituir estos carteles.
De nuevo el fin, la búsqueda de rentabilidades altas, lleva al empresario a no reparar en los medios. Al final, “estoy para eso….y si no lo hago yo lo hace el que venga”.
El asunto es qué tipo de cultura se crea con todo esto. Sea en la familia, en una empresa o a nivel más macro, en la sociedad. ¿El asunto radica en hacer trampa pero cuidando muy bien de no dejarse coger ? “Haga lo que tenga que hacer pero que nadie lo sepa”.
Si llevamos esta problemática por ejemplo al mundo académico, dónde la excelencia en las notas es la meta máxima, no debería sorprendernos que un joven haga cualquier cosa, en caso de necesidad, para obtener altas notas. Plagio, copia, robarse previamente los exámenes….etc. El joven entiende que prima obtener buenas notas, sin importar el cómo. Creo que esto sucede, como el dopaje en el deporte o los carteles empresariales, porque la sociedad tiene inconsistencias en sus valores, que traslada al individuo. Y en caso de conflicto, este resuelve el dilema yéndose por donde siente la mayor presión. En una empresa, salvo que la falta a un código de conducta sea mayor, no es muy probable que al empleado que cometa una falta al código buscando alcanzar una meta importante para la empresa, sea sancionado con dureza.
Volviendo al caso citado del Grupo VW, sobre el que atrás escribí, leía recientemente que han encontrado en EEUU que había muchísimos empleados involucrados en la trampa al consumidor. Y estas cosas nunca suceden sin que el que manda no sepa….o peor aún, no lo promueva.
Valiente es el empleado que resuelve el conflicto ético dando prioridad a sus estándares por encima de las presiones de la corporación, como sucedió en el caso Enron, que lo destapa (hasta donde se) una Gerente de Contabilidad quien ve que sucede algo irregular y destapa el caso. En pocos meses Enron desaparece, se lleva miles de empleos y el dinero de la previsión de pensión de muchos norteamericanos, y además, a su Revisoría Fiscal, Arthur Andersen, quienes eran los llamados a detectar las irregularidades.
Todo esto converge en el punto de la búsqueda de la excelencia. En sí mismo el éxito es etéreo y momentáneo (BlackBerry, Nokia, Kodak….). Cuando la persecución del éxito como tema puntual se vale de medios turbios, creo que nunca va a llegar la excelencia.
La excelencia en su real sentido solo le sirve al individuo y a la sociedad si actúa como brújula, en el caso de la persona para alcanzar la Mejor Versión de Sí Mismo, y en el caso de las sociedades para ser realmente el mejor mundo posible.