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El bullying o matoneo es un tema del que hablamos con mucha frecuencia. Siempre ha existido, supongo. Quizá hemos hecho más conciencia al respecto de este fenómeno, que a mi juicio describe ante todo fuertes presiones culturales, grupos altamente competitivos que desfogan en el sujeto del matoneo, quien al servir de chivo expiatorio propicia sin quererlo que otros desahoguen sus propias frustraciones o las tensiones que la cultura ejerce sobre ellos. Lamentablemente creo que también acá sucede que las personas interiorizan las inconsistencias de su propia cultura; por ejemplo, las presiones (más evidentes) hacia la promoción de la tolerancia, por un lado, y por el otro, el rechazo profundo a la ‘diversidad’ y a lo que se puede calificar como ‘debilidad’ (más sutil). Y como es frecuente, el individuo resuelve la inconsistencia por el lado más ‘fácil’.

Pero este es un fenómeno muy estudiado, muy comentado. Mi interés en este breve blog va hacia un punto: analizar un poco por qué tiene un efecto tan demoledor en quien lo padece.

Recuerdo un personaje de un libro, excelente, que leí en la juventud. Se trataba de la historia de un cojo (el libro: Servidumbre Humana, de William Somerset Maugham (foto)). Los profundos padecimientos que sufría, por una condición con la que había nacido y que nunca podría cambiar. Traigo este ejemplo dentro de los muchos que puede haber. Con base en mi experiencia ayudando personas, creo que el efecto de la burla es demoledor para la persona. Hace un daño que no se dimensiona. Pienso que es lo que probablemente más hace sufrir a una persona.

Con frecuencia uso el ejemplo de un niño cojo para decir que si uno quiere demostrar lo difícil del vivir en sociedad, y la capacidad de afectar negativamente a un ser humano, solo tendría que hacer el experimento de meter un cojito a un jardín infantil. Desde muy temprano se va a encontrar con la burla, de parte de niños muy pequeños. Lo que por alguna razón (¿Naturaleza humana? ¿Aprendizaje social?), muestra que desde una muy temprana edad la persona tiene la capacidad de hacer daño a otros.

Pienso que lamentablemente lo que el niño pequeño reproduce tempranamente, cuando se burla de otro, es la necesidad de afirmarse a sí mismo “pisando a otros”.

El daño que la burla ocasiona en quien la recibe lo atribuyo al profundo deterioro que puede producir a la imagen de la persona respecto de sí misma. El niño se referencia con otros, define su identidad en función de como lo ven los demás, en alto grado. Y si recibe la burla va a construir una imagen de sí mismo deteriorada, de la cual nunca se sentirá orgulloso. Parte del problema será que con frecuencia entrará en conflicto consigo mismo por la impotencia de no poderse defender de aquellos que le ocasionan un dolor muy fuerte. Y si el dolor tiene que ver con condiciones con las que nació (enano, tartamudo, lisiado, negro (!), gay, etc., etc., etc.) entrará en la penosa situación de no lograr aceptar una condición que no puede cambiar. En fin.

Digo también con frecuencia (muy simple, claro está) que nadie se diseña a sí mismo antes de nacer. SI se pudiera, ¿Cómo nos diseñaríamos todos? No dudo de que no habría feos, bajitos, gordos, personas poco inteligentes, de otra raza, etc. Pero esta opción no está al alcance del ser humano. Luego solo le queda una opción: la aceptación de sí mismo, cualquier que sea su condición. Pero el bullying lo que hace es ir en contravía de esta alternativa. Y dado mi concepto de que lo fundamental para que el ser humano alcance (la que tanto reseño) la Mejor Versión de Sí Mismo es la afirmación (de sí mismo), de su SER, esta posibilidad va a ser de muy difícil logro.

La burla se dirige a hacer sufrir a la persona que la padece. Es como echar limón en una herida abierta. O que intuimos abierta. O, que abrimos.

Valga lo anterior para expresar algo que utilizo con frecuencia como analogía. Quizá ya lo reseñe, no recuerdo. Supongamos que tengo una rodaja de limón en una mano, y que la exprimo sobre la otra mano. Digo que la gota es ácida, obvio, y que pueden pasar dos cosas opuestas. La primera, que la gota de limón caiga sobre mi piel y no pase nada diferente a que queda mojada y quizá pegajosa. La otra opción sería que la gota entre en contacto con mi piel y arda, duela. Concluyo entonces que si bien la gota de limón  es ácida, lo que determina que arda es el estado de la piel. Quizá hay una herida (abierta). Finalmente, le digo a la persona: “en la vida van a caer muchas gotas de limón, y varias no se podrán esquivar. Lo que habría que hacer es dedicarse a sanar las heridas.”.