
El tema de la corrupción es muy complejo. Voy a analizar un ángulo, que tiene que ver con los colores.
Las cosas no son ni blanco ni negro. Ok. Pero en cuanto a la ética me temo que cuando no es así, es muy fácil pasar sin darse cuenta del blanco al negro. El asunto empieza cuando admitimos que “no hay que ser radical”, “una leve tonalidad de gris no está mal”…”es solo una vez”…etc.
Y así, un día admitimos una leve tonalidad de gris. Luego viene otra ocasión, y ya no es una leve tonalidad de gris; ya es “un poquito gris, pero no tanto….”. Y así sucesivamente. Hasta que un día nos percatamos que estamos sin darnos cuenta, en el negro. Y no entendemos a qué horas pasó eso. Pero ya no hay forma de volver al blanco.
Se parece a como debe ser cuando una persona empieza a hacer trabajitos para la mafia. No es parte de ella, de acuerdo. Pero ya no hay reverso. Probablemente la mafia ya no lo deja volver a atrás. Esto es lo malo de hacer pactos con el diablo: son buenos hasta que al diablo le da por cobrar.
Con esta base, me pregunto: ¿es lo mismo la corrupción en “chiquito”, que en grande? ¿Más censurable si alguien hace un peculado por miles de millones, que si un estudiante compra una tesis?
Con frecuencia compramos bultos de naranja, al ir a la finca de mis suegros. Muy buenas, dulces. Lo interesante es ver cuando una se daña, se “apicha”. Si uno no la retira del resto, empieza a ver como a las del lado les empieza a salir un color blanco, muy leve. Aún no está podrida. Se puede tomar y está perfecta. Pero a los pocos días está ya perdida. Esta es un poco la base de la teoría que explica la corrupción como un asunto de contagio.
Pienso en que lo clave sucede en el individuo. Como en todo, creo que sobre este actúan dos tipos de fuerzas: las que lo inhiben de hacer algo no ético, y las que lo estimulan a hacerlo. Ejemplos de las primeras son las presiones sociales venidas de la crianza (ejemplo en casa, etc.), el temor a las consecuencias negativas, estándares propios interiorizados atrás, que le dicen al individuo “lo que está mal”, etc. Los segundos son más claros: “aproveche su cuarto de hora como funcionario”, “es que si no le doy plata no puedo hacer negocios”, “no sea tan iluso, todos los hacen”, “con la ética no se compra mercado”. Y todo va a girar en torno al balance entre estas dos fuerzas. Cuando prima la “ética”, el individuo se abstiene. Y lo contrario.
El asunto se complica cuando el sistema consta de muchos individuos en los que el balance de fuerzas se inclina a favor de que prime la ganancia individual sobre la del colectivo. Y ahí es cuando el bulto de naranjas se daña con sorprendente rapidez.
Imagino que así es el cáncer en sus fases terminales. El organismo está invadido de células neoplásicas. Las muy pocas que quedan sanas se van cada vez viendo más disminuidas por el contagio abrumador de las otras.
¿Por qué todo esto? Porque creo que nos quejamos, con razón sin duda, del grado de podredumbre. Odebrecht, los robos de la plata para la alimentación de los niños en la Guajira, el Carrusel de la Contratación, los escándalos de compra de fallos en la muy honorable (?) Corte Constitucional, etc., etc., etc.
Pero no nos percatamos si en algún grado le hacemos el juego a estos fenómenos. Al darle $ 50.000 a un policía para que no se lleve el carro a los patios. Al hacer “copy paste” en el trabajo de tesis. En fin, son infinitos los ejemplos. Así es como vamos admitiendo las tonalidades.
Y después nos aterramos de haber llegado, en lo individual o en lo colectivo, del blanco al gris y del gris al negro “sin saber a qué horas”.
Lo más aterrador es cuando el corrupto es generador de admiración. Cuando es motivo de reconocimiento social. No solo puede ver a sus hijos a los ojos sin sentir pena; ve que en los ojos de sus hijos lo que hay es admiración. “Mi papá es un duro”.
En fin…..