sinagoga

Francsico 1mezquita

Estos días tenemos en Colombia un hecho de mucho valor: la visita del Papa Francisco. Tremendo personaje, a mi gusto. Pero no voy a escribir sobre él, sino sobre algunas reflexiones en torno a la religión, que se originan en discusiones que he tenido estos días en las redes sociales.

Creo que la espiritualidad, de la cual creería que forma parte la religiosidad, es muy importante para el ser humano. Creer en algo superior sencillamente creo que ayuda a encontrar sentido de vida, como lo dice el excelso psiquiatra Victor Frankl (El Hombre en Busca de Sentido: «Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga sentido y propósito»). Creo que dependiendo de en qué contexto sociocultural nace y se cría el individuo, va a optar por si creer en una religión específica y en este caso, cuál (ver fotos: mezquita – musulmán, sinagoga: judío; Francisco – católico; solo una muestra). Dado lo anterior, no puede haber religión mejor que otra. Para cada cual la suya es la que hay que seguir.

Aunque sobre esto hay mucho que se puede decir, me concretaré a un tema. Se basa en una teoría muy primitiva mía, pero que dado su simplismo facilita entender y transmitir mensajes.

Creo que el ser humano está básicamente constituido por dos elementos fundamentales: lo emocional y lo racional. De estos, el emocional representa la parte compleja de la persona; ahí están las pasiones, las emociones, los sentimientos (dolor, ira, alegría, etc). Digamos que es la parte animal, el sustrato que tenemos en común con el resto de las especies. A pesar de su enorme complejidad, soy un profundo admirador de lo emocional. Creo que es la mejor parte del ser humano, pero la más difícil de manejar. Creo que el ser humano sufre por lo emocional, pero también creo que de allí mismo es que deriva su fuerza.

Sobre lo emocional, que daré en llamar la base de la pirámide, se aposenta lo racional. La razón es aquel muy poderoso instrumento que hace del ser humano un prodigio. El cerebro, digamos que la mente humana, es comparable en complejidad, por parte de expertos, con el universo. La relación entre lo emocional y lo racional es muy interesante, pero ya alguna vez la traté aquí. Baste decir que muchas veces los problemas se dan cuando uno de los dos invade el campo propio de la otra.

Si complejizo un poco mi ‘modelo’, agrego dos partes: lo social (la interacción con el medio que rodea al individuo, que le es esencial a este), y finalmente, en la cúspide de la pirámide, colocaría lo espiritual, lo cual  concretaré en la religiosidad de la persona. Tendremos así una base, lo emocional, sobre la que se aposenta lo racional; sobre estos dos, lo social, y sobre todos, lo espiritual.

De qué puede servir este análisis? Mi concepto es que la persona debe evacuar primero lo más primitivo, lo emocional. Si este está bien, lo racional funcionará mejor (la mente brilla cuando lo emocional está bien; esto se parece un poco al concepto de “flujo”, en algún grado ligado a la felicidad).

Si lo emocional y lo racional están bien, sin duda lo social estará bien. Porque lo que va a irradiar la persona es este bienestar, que permeará sus relaciones. En términos simples: buena vibra genera buena vibra.

Y si todo lo anterior está bien, lo espiritual le servirá a la persona para trascender. Para volar, como muy bien dijo Francisco estos días a los jóvenes, no como aves rastreras, sino volar alto. A las alturas a que vuelan las águilas.

El problema se genera, desde mi punto de vista, cuando la persona avanza en su consolidación en desorden. Cuando se sobredesarrolla lo racional sin tener ordenado lo emocional. O cuando se construye lo social sin tener ordenadas las bases descritas. Pero yendo al tema central: cuando se busca lo espiritual, en especial lo religioso, sin tener sólidas las bases constituyentes. Un ejemplo, con todo respeto: cuando un obispo, hombre brillante y selecto miembro de su comunidad, pero con una sexualidad agobiantemente asfixiada (lo sexual está fundamentalmente en lo emocional), sucumbe ante un jovencito vulnerable; he aquí al pederasta. O cuando una señora de alta alcurnia y muy beata trata como esclava a quien le ayuda en el servicio doméstico: muy desarrollado lo social (en el sentido de ‘clase’), muy desarrollado lo espiritual, pero muy subdesarrollado lo otro; la base del prejuicio está en lo emocional, en este caso la seguridad (emocional) se basa en buscar garantizar la superioridad sobre otros, aparentemente más ‘débiles’ o menos valiosos.

No podemos ser buenos, en mi caso, católicos, si socialmente no somos, por ejemplo, buenos ciudadanos. Duele ver por ejemplo en las imágenes de la TV estos días, como aplauden los sermones y discursos de Francisco aquellos que sabemos están profundamente involucrados en la corrupción que asfixia al país.

No podemos ser buenos ciudadanos si no somos buenas personas; no podemos ser buenas personas si no admitimos nuestra esencia (animal). En fin, no podemos estar bien con otros, y menos tener una sólida religiosidad, si no tenemos una buena relación con nosotros mismos. Ahí está la esencia de todo.