Patch Adamas

Creo que la fortaleza del ser humano está en lo emocional. El hoy tan popular concepto de Inteligencia Emocional, que sacó a flote Daniel Goleman, es crucial, por ejemplo en el liderazgo. Inspirar, competencia clave del líder, es un asunto emocional.

Pero la cultura nos aleja de lo emocional. Más al hombre que a la mujer. Hoy no tanto, quizá. Pero aún se nota. En particular, en el punto que voy a tratar brevemente.

Una de las más erradas concepciones de la cultura (¿occidental?) es la que polariza entre FUERTE y DEBIL. Lo que de paso equipara FUERTE con guardar las emociones, no expresarlas (bueno, ciertas emociones), y DÉBIL con expresarlas. En particular, con el llanto y cualquier expresión de la sensibilidad (por ejemplo, la ternura).

Creo que lo saludable con las emociones es expresarlas. Incluso las ‘negativas’, como la rabia. Las emociones que se quedan adentro, que no se expresan, actúan como la comida dañada: si se quedan adentro intoxican al organismo. La diferencia es que el cuerpo tiene un reflejo que se hace cargo de expulsar el tóxico; en lo social esto suele no suceder.

Cuando se trata de expresar emociones, digamos que las negativas, lo crucial es graduar la forma. Puedo expresar mi molestia, pero si lo hago insultando al otro, invalido con la forma un contenido que puede ser válido. El asunto es que la gente reacciona a la forma, no al fondo, no al contenido de lo expresado.

Cuando la crianza, la socialización (que busca ajustarnos a la cultura del medio al que llegamos), nos enseña a esconder nuestra sensibilidad, quizá nos logramos adaptar a ello. Aprendemos a no dejar ver el que considero de lejos el más importante constituyente del ser humano (“lo que lo hace humano”). Nos adaptamos, logramos que no se burlen de nosotros, que nos admiren por “no derramar una lágrima ni en los momentos más difíciles”. Pero el costo es en últimas enorme. ¿Por qué?

Cuando uno sub desarrolla una faceta de sí mismo (en este caso, la sensibilidad), o súper desarrolla otra (ejemplo, lo racional), limita la quizá más grande opción que tiene como persona: alcanzar la plenitud. Es inconcebible esperar ser pleno, mientras no se tienen todas las facetas constitutivas desarrolladas al mismo tiempo. Se parece esto al concepto de la silla de tres patas: dos patas fuertes no hacen una silla sólida.

Esconder la sensibilidad bajo la máscara de FUERTE, es realmente un sinsentido. Pretender no llorar cuando las circunstancias hacen que lo lógico sea expresar este sentir, es como pretender no reírse cuando todo invita al esparcimiento y al buen humor. Como lo expresa en El Profeta Khalil Gibran, libro de la idealista  juventud que viví:

Algunos de ustedes dicen: “La alegría es mejor que el dolor”, y otros dicen: “No, el dolor es el mejor”. Pero yo os digo que son inseparables. Juntos vienen, y cuando uno se sienta solo contigo en tu mesa, recuerda que el otro está dormido en tu cama.

Tanto la tristeza como la alegría se ‘sienten con el mismo instrumento’, la sensibilidad. Pretender que esta, la sensibilidad, solo funcione para la alegría, es como tener un botón de ON / OFF: menos mal que no existe. De ahí a la psicopatía no hay mucho trecho.

Tanto llorar, expresión de lo triste, como reír, expresión de lo alegre, son enormemente terapéuticos. Una sola lágrima, que en si misma será una gota de agua con algunos componentes químicos, sirve en momentos para descomprimir al organismo de una fuerte tensión. Opera como la válvula de la “olla exprés” que se levanta para sacar vapor, evitando que la olla estalle al acumular mucha presión.

Igual que la risa. Como lo mostró aquella bonita película con Robin Williams, Patch Adams, basada en la vida del irreverente pero genial médico Hunter Doherty (foto), cuyo ejemplo se ha extendido.

¿A dónde voy con todo esto? Como expresa el reconocido Warren Bennis en su clásico ON BECOMING A LEADER, el buen líder lo es por sus fortalezas y a pesar de sus vulnerabilidades. Estas hay que aceptarlas y administrarlas; no esconderlas. Por eso digo que hay una concepción errada de fondo: la sensibilidad es en sí misma una fortaleza, si se administra bien. O mejor, es la fuente de la fortaleza. Eso me dice mi experiencia trabajando por 34 años con personas.