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De mi infancia recuerdo que le tenía temor a los ríos. Los veía como algo peligroso, donde la gente se ahogaba. Ya en la fase idealista de la juventud, empecé a tenerles más admiración. Recuerdo así que comparaba los ríos con las personas: los ruidosos se me asemejaban a “poco profundos”, y los mansos y quietos, a “profundos”; había entendido que el río que suena quizá es más pandito y eventualmente menos peligroso, por ello mismo; y que el río ‘manso’ podía tener corrientes subterráneas fuertes. En cualquiera de los dos casos, como me recuerda un buen amigo cuyo hobbie es pescar: el río inspira respeto.

Hoy en día uso con frecuencia los ríos para hacer analogías. Sirva esta oportunidad para utilizar dos analogías, de las que ya he escrito.

La primera, relacionada con el manejo de las crisis una vez estas se presentan.

Supóngase que van dos personas en un río turbulento, en una barca sólida. Que ambos tienen muchas cosas en común, y que como es obvio, muchas cosas que los diferencian; pero supóngase que una diferencia es que uno no sabe nadar y el otro si. Pensaría uno que dado el caudal del río ambos tengan nervios, un poco el que sabe nadar y mucho más el que no. Pero dado que la barca es sólida, concluiría uno que esta diferencia no sería crucial.

Supóngase ahora que de repente notan que empieza a entrar agua a la barca. Para ambos es claro: quiere decir que la barca se va a hundir. O sea, hay una emergencia. Imagina uno que el que sabe nadar interpreta la situación y sabe que solo tiene una opción: tirarse al rio y a como de lugar nadar buscando llegar a la orilla. Pero imagina uno que el que no sabe nadar sencillamente sentirá pánico, se paralizará por este, y terminará hundiéndose, más producto del pánico que del hecho mismo de no saber nadar.

Acá la moraleja es sencilla: la reacción a la crisis, a la emergencia, va a depender de si la persona siente que tiene recursos para hacerle frente. Si es así, desplegará estos recursos y probablemente saldrá airoso. Para mi esta es la esencia del empoderamiento. He estudiado mucho el efecto de la adversidad en el ser humano, la resiliencia, y me parece claro que siempre la persona tiene los recursos para luchar; lo que necesita es buscarlos en su interior (la llamada “fuerza interior”).

La segunda analogía tiene que ver con la prevención de las crisis.

Supóngase que va uno en un río, turbulento. Cada vez más turbulento. Y de repente empieza a oír un ruido creciente, que parece indicar que se aproxima una cascada. Pero uno sigue navegando en su barca, confiando en que no es nada. Y sigue avanzando, y el ruido se hace creciente. Hasta que de repente ve uno que a lo lejos se ve una cascada enorme. Intenta buscar la orilla, pero ya es tarde. Por más que reme no lo logra: la cascada ya está cerca y la fuerza del río no lo deja acercarse a la orilla.

El muy buen consultor y autor, Jim Collins, en su libro ‘Why the Mighty Falls, and Why Some Companies Never Give In’ (2009) hace una analogía entre el declive institucional y una enfermedad severa como el cáncer: difícil de detectar en las fases iniciales pero más fácil de curar, y fácil de detectar en fases tardías, pero mucho más difícil de tratar.

Estas analogías me gustan pues se parecen a muchas situaciones que vivimos las personas. Es famosa la frase de George W. Bush (Jr) el día antes de que el Katrina devastara Nueva Orleans: “no va a pasar nada”. En nuestro entorno sería algo como: “los puentes no se caen”. La tendencia, muy humana, a suponer que no va a pasar nada; que las cosas se arreglan por si mismas, que las crisis se arreglan solas, “que el piso es firme”…..pero: el piso nunca es firme; necesitamos aceptar el cambio como constante de la vida y no dejarnos atrapar por las cómodas zonas de confort. Ello nos permitirá una mas temprana y quiza por ello mejor reacción ante la adversidad cuando esta llegue.

Quizá por ser hoy viernes me dio por los ríos, tan cargados de simbolismo. Termino así con el recuerdo del libro de Hermann Hesse, Siddharta, de la tan idealista juventud. Relata la vida de un hindú, que vive con mucha intensidad diferentes facetas de la vida: Siendo hijo de un sacerdote, se concentra en la religión, hasta que un día pasan por su pueblo unos ascetas; se va detrás de ellos, para vivir humildemente en los bosques. Más adelante se dedica a la vida mundana (mujeres, placer, etc.). No recuerdo mucho, pero lo que me llama la atención es que termina sus días feliz bogando en un rio, pasando gente de una orilla a la otra. Hay que decir que HH era muy místico, y dado ello creo que este final de la vida de Siddharta está cargado de simbolismo. Quizá reseñando que la felicidad tiene que ver mucho más con la simpleza en el vivir, que con cualquier otra cosa.