
Vi en estos días la película sobre la vida de uno de los personajes que admiro en la historia reciente, Nelson Mandela, de quien ya he escrito algunas cosas. Me concentraré un poco en él, y luego buscaré hacer una generalización. El tema de fondo es el liderazgo, más concreto, como unos seres humanos, por definición imperfectos, alcanzan niveles superiores de “humanidad”. Y muy “gracias a, y a pesar de….”.
Mandela fue un hombre combativo, diríamos que guerrillero. Lideró el Consejo Nacional Africano, en una Suráfrica convulsionada, marcada por enormes odios raciales y desigualdades sociales. Una raza blanca soberbia que despreciaba la raza negra, y que se apodero durante muchos años de las riquezas de este país austral del sufrido continente africano (Apartheid). Partidario de la confrontación para liberar un pueblo oprimido. Conoce luego de un primer matrimonio a quien seria su compañera de lucha, y esposa, por largos años, Winnie Mandela.
En un momento crítico lo apresan, y lo confinan, con sus compañeros de lucha, en la Isla Robben, donde pasa largos años. Varios años más adelante lo cambian de cárcel. La presión internacional, cada vez más fuerte, incluidos los interesados mercados financieros, se vuelve tan intensa, que el entonces Presidente de Suráfrica, Frederik Le Klerk, inicia un proceso de negociaciones que termina en la liberación de Mandela y la convocatoria a elecciones, que como es sabido, gana Mandela. El profundo temor de los blancos era que Mandela canalizara el odio que sembrado durante tantos años, había convertido a Suráfrica en un polvorín y amenazaba con la aniquilación de los blancos. El odio estaba desbordado.
Efectivamente ganó Mandela. Después de estar en prisión durante 27 años, y tal como lo esperaba su esposa Winnie y el Consejo Nacional Africano, lo predecible era que saliera a arrasar con los blancos y afirmar la primacía de los “reales dueños del país”. Pero ya Mandela no era el mismo. Había entendido que el odio no era el camino. Que segregar no era la opción. Que Suráfrica era un país en el que podían convivir todos, dejando atrás los odios. Tomó un camino que lo alejó de Winnie, pero que evitó que el país se lanzara a una guerra fratricida. La película de Clint Eastwood, con ese gran actor que es Morgan Freeman, acompañado de Matt Demon, Invictus, muestra como utiliza el deporte tradicional de los blancos, ligado al Reino Unido, el rugby, para fabricar un sueño común que le generara orgullo a un país maltrecho luego de tantos años de odios.
La frase con la que termina la película El Largo Camino Hacia la Libertad, es de maravilla:
” Yo se que mi país no fue hecho para ser una tierra de odio. Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel. La gente aprende a odiar. Se le puede enseñar a amar. Porque el amor es mas natural para el corazón humano”.
El 5 de diciembre de 2013, bordeando los cien años, muere Nelson Mandela en Johannesburgo. Ese día Suráfrica derrama lágrimas por uno de sus hijos que como dice la hermosa frase del poema de Bertold Brecht, pertenece a aquella exclusiva categoría de los imprescindibles.
Ahora, la reflexión.
De los grandes personajes del siglo XX, admiro en particular a cuatro: Mandela, Gandhi, Churchill, y, la Madre Teresa de Calcuta. Todos ellos unos gigantes, para mi, que merecen con creces estar en la categoría máxima que define Bertold Brecht.
Gandhi, de quien en sus CDs sobre la Historia de las Civilizaciones la amena historiadora Diana Uribe dice que “salvó al Siglo XX de la vergüenza” , tiene mucho de similar con Mandela. Son los principios (la ‘no violencia’; no es por el camino del odio…) los que los llevan a entender que la paz y la convivencia se construyen “a pesar de ….”. Que por la vía del “ojo por ojo, y todos nos quedaremos ciegos”, se entra en una espiral descendente y auto destructiva. Quizá estas reflexiones y el ejemplo de quien inició su carrera de abogado en Suráfrica, llevaron a Mandela a entender que el camino de congregar es muy difícil pero que construye convivencias más sólidas. Gandhi es de maravilla….
Churchill es el otro polo, pero juega un papel crucial en la Segunda Guerra. Y con su “solo les puedo prometer sangre, sudor y lágrimas”, hace que el decadente Imperio Británico levante la cabeza y la mantenga erguida, luchando para no caer en las hambrientas fauces del Führer.
Entre Gandhi y aquella casi diminuta monja católica que se dedica a recoger y cuidar leprosos en la muy pobre Calcuta, hay una extraordinaria semejanza, que me llevó a algún día decir la siguiente frase: “seres humanos gigantes, encerrados en cuerpos pequeños”.
La reflexión de fondo es esta, después de tantas vueltas: ¿Mandela, Churchill, Gandhi, la Madre Teresa, son seres superiores? ¿O son seres humanos como Usted y yo, pero que se logran elevar a las alturas en las que vuelan las águilas, evitando volar a las alturas en las que vuelan las aves rastreras?
Y finalmente: ¿cuanto necesita en este momento el país de un Mandela? De alguien que nos lleve a volar a las alturas en las que vuelan las águilas, y que nos haga trascender odios e intereses individuales, para soñar con un país mejor, en el que logremos caber todos.