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2018-08-11

En el libro del hijo del fundador y entonces Presidente de la Junta Directiva (1989) de la admirada Herman Miller (foto), Max de Pree define el liderazgo como arte, que radica en pulir y liberar los dones de las personas. Afirma que el líder debe reconocer la diversidad de estas, y dejarse llevar por sus fortalezas.

Recién empecé a ver en Netflix la serie The Principal (Rector). Se desarrolla en Sídney, Australia, en un suburbio pobre y muy convulsionado, donde convergen diferentes razas y culturas (musulmanes, afroamericanos, etc.). Inicia cuando un profesor de historia es nombrado rector de un colegio de secundaria; había estudiado allí y se había criado en ese difícil vecindario. Con ideas de avanzada, choca contra complejos paradigmas que subyacen a la concepción de la educación de los jóvenes de la institución, que basan la definición de estos como delincuentes en potencia. El odio entre los diferentes grupos étnicos es la norma, la indiferencia de los mismos maestros hacia sus alumnos como personas y la apatía hacia su labor, los conflictos de los jóvenes con la comunidad circundante y demás, hacen que el futuro de estos jóvenes no pase de llegar a integrar pandillas, para llegar a matarse más adelante con sus ex compañeros de colegio. Ningún sentimiento de orgullo hacia la institución, ni de los alumnos, ni de los profesores, ni de la comunidad.

Y el Rector inicia un proceso de transformación que se enfrenta a un profundo escepticismo. Por ejemplo, hay un conflictivo joven que pertenece a una familia refugiada de la guerra en Siria; el rector se da cuenta de que posee talento para la cocina. Y empieza a promocionar en él este talento (no puedo relatar más porque apenas inicio el segundo capítulo). A pesar de que a los 15 días de asumir su cargo de rector, el hermano de este joven es asesinado dentro del colegio, lo cual exacerba los odios imperantes.

¿A dónde voy con este relato?

Creo que en esta breve historia hay elementos muy importantes relacionados con el liderazgo. Fundamentalmente, lo que llamaría los paradigmas del líder. Me refiero a lo siguiente, utilizando el ejemplo del rector para basar el análisis:

Como toda persona, el líder desarrolla un concepto de sí mismo, y uno más genérico, del ser humano. Y de las relaciones con otros. En pasados blogs he citado un modelo muy interesante del liderazgo, que se inicia con el liderazgo de sí mismo para evolucionar hacia el liderazgo de otros y luego al de las organizaciones. Probablemente por su propia historia, este rector desarrolla un concepto del ser humano como alguien dotado de fortalezas y talentos únicos, con capacidad de perseguir altos estándares de excelencia, de luchar por buenas causas. De lograr alcanzar altos niveles sin importar si se parte desde circunstancias adversas (se hizo profesor, y si no recuerdo mal, ya había escrito un libro de historia, partiendo de las desventajas del entorno que ahora pretendía cambiar). Y acorde con este paradigma, basa su trato hacia el otro. En particular en este ejemplo, basa su rol como educador en este paradigma diferente (que es el que en la serie viene a entrar en conflicto con el establecido). Su creer en estas posibilidades del otro lo lleva a iniciar una transformación positiva en los alumnos, los profesores y la comunidad. Los EMPODERA, lo cual no es otra cosa que liberar la fuerza que el otro tiene adentro (…Max de Pree…). Nada fácil, porque cambiar paradigmas es muy difícil; estos tienden a perpetuarse. Creer en las posibilidades de los alumnos lleva a que estos vean que hay otras percepciones de sí mismos, más constructivas; que alguien significativo no ve en ellos lo “malo que todos ven”, y que cree en ellos. Y la transformación de estos ‘delincuentes juveniles en potencia’, se inicia.

Es sorprendente en el tema liderazgo como abundan los ejemplos de líderes negativos. En el mundo a nivel político los ejemplos son abrumadores. Empezando por aquel que llamo el Sheriff, Trump, que vive arrojando gasolina a un mundo que ya arde. Maduro, Kim Jong – un en Corea del Norte, el temible Putin, Basher al Assad en Siria, etc… Pero más sorprendente aún es el muy mal manejo del poder en las organizaciones. Mi experiencia me ha permitido ver muchos ejemplos de pésimos estilos de liderazgo. El abuso de poder, el acoso, el desempoderamiento del otro, la invalidación de los colaboradores…

En últimas todo gira en torno al poder. El para qué de este. Cuando el líder tiene falencias, en primera instancia en la concepción de sí mismo (liderazgo de sí mismo), buscará basar su poder en la fuerza, o en el caso de las organizaciones, en ser muy competente en temas funcionales, o en hacerse experto en el complejo juego del poder. Y con esta base, liderará a otros. Podrá lograrlo, podrá sostenerse por mucho tiempo. Lo que nunca logrará es transformar personas, nunca logrará inspirar a otros a buscar la excelencia para sí mismos, nunca logrará construir un mundo mejor.

El problema del mundo no es tanto la abundancia de líderes negativos, a todo nivel, sino la no emergencia de líderes positivos. Esto se parece a lo que expresa la frase del para mi admirable líder Mahatma Gandhi: “No me asusta la maldad de los malos, me aterroriza la indiferencia de los buenos”.

Por ejemplo, Colombia necesita hoy con urgencia líderes positivos. Que la saquen del pantano de la polarización política. Que no fomenten el odio hacia quien piensa diferente, y que no enreden al país en odios personales entre gobernantes (esto no va con ninguna referencia personal). Que aprecien la diversidad de sus gentes. Y que nos construyan el ‘sueño’ de un mundo mejor, donde todos cabríamos. A pesar del pasado. A pesar de orígenes raciales, socioeconómicos y culturales diferentes. A pesar de ideologías y formas de entender el mundo diferentes.