
Cada vez vemos más frecuentemente imágenes del muy doloroso problema humanitario que padece América del Sur, en particular Colombia, Ecuador, Perú y Chile. La migración de miles y miles de familias venezolanas. No hay duda de que es difícil acoger tanta gente, que viene con hambre, desposeída, desarraigada; aquellos quienes probablemente debieron dejar todo, sus propiedades, parte de sus mismas familias. Difícil sostener a toda esta gente, darle trabajo, vivienda…. Quizá no todos sean honestos, y/o el desespero lleve a algunos a la delincuencia como forma de vida.
¿Hacia dónde se dirigen? Quizá hacia ningún lado en concreto. Quizá hacia donde puedan sobrevivir, encontrar trabajo (ahí si, para no tener que robar), alimentar sus hijos….¿de qué huyen?
De un régimen extremadamente corrupto, que utiliza el socialismo (conceptualmente muy loable), usándolo en la práctica como forma de adormecer populistamente a un pueblo, para saquearlo. Venezuela colapsó hace muchos años. Chávez vino a ser, desastrosa pero comprensiblemente, el reemplazo de una clase política extremadamente corrupta. Utilizó el socialismo solo para que cambiaran los ‘ladrones’. Alguna vez oí una frase muy buena, de un conocedor de la problemática venezolana; decía que lo único que había cambiado en Venezuela habían sido los dueños de los grandes yates en Maiquetía.
He seguido de cerca esta larga y anunciada hecatombe venezolana. El año anterior, cuando el pueblo salió a la calle varios días, creía que el fin se acercaba. Pero el régimen, haciendo eco de la voz rasputinesca susurrando al oído a Maduro y sus secuaces, en especial el temible Diosdado, logró otra vez amilanarlos. Y volvieron a sus casas, con hambre, con miedo, con rabia. Y ahora emigran masivamente, dejando su terruño y su patria, sin saber cuándo van a volver. Lamentablemente creo que solo podrán volver cuando se cambie el régimen, o por ahondarse el colapso económico, o por desesperación que lleve a que cueste menos dar la sangre que sacrificar la libertad. Como tanto mártir que registra la humanidad.
¿Pero a dónde voy con esto? Dos puntos.
La magnitud del drama humano:
¿Quién le explica a un niño por qué sus padres se separan, y su madre debe irse a otro país, para buscar trabajo y enviar dinero a la familia para que sobreviva? ¿ Por qué tienen que coger unas pocas pertenencias, y salir rápidamente hacia otro país, caminando miles de kilómetros? ¿Por qué su papá no le puede conseguir algo de comer, si siente “un hambre que duele”? ¿Por qué ve llorar a sus padres, tirados en un piso frío en una central de transporte, donde esperan que alguien lleve a sus familias a lugares lejanos? En fin….el niño nunca podrá entender, porque nadie le podrá explicar. Pero las cicatrices si “quedarán en el alma”, para siempre.
El habérsenos olvidado asquearnos:
Tan habitual es todo esto, así como tan habitual se nos volvió en su momento leer todos los días sobre desplazados en Colombia, sobre masacres, secuestros y demás. Nos adaptamos tanto a estas realidades, que dejamos de percibir el gran monto de sufrimiento que se esconde debajo de la superficie.
Todo gira en torno al poder. A la primacía de unos sobre los otros. La historia reciente de América Latina tiene un subproducto muy lamentable. El socialismo, conceptualmente muy bueno, ha traicionado sus ideales, por enquistarse en el poder. Chávez y su siniestra y torpe marioneta y sus rasputines; el muy siniestro Daniel Ortega y su esposa, en Nicaragua; Lula de Silva como director de orquesta en la sombra de una profunda conspiración corrupta alrededor de la poderosa petrolera estatal; los Kirchner, Correa, Evo (quizá mejor que muchos de sus colegas), etc. No es que sean mejores los del otro polo del espectro; todos son iguales. Es el PODER, tan difícil de compartir y tan difícil de soltar cuando ya se tiene. Pero cuando los socialistas traicionan ideales nobles, duele más.
Algún día, quizá más temprano que tarde (por cuenta de la monstruosa hiper inflación), caerá el tirano. Y su régimen titiritero. Y muy despacio renacerá Venezuela, ayudado por las enormes reservas de petróleo. Y ojalá toda esta gente vuelva a su país, a reconstruirlo. Y ojalá quienes sean más adelante sus dirigentes, logren convertir petróleo en una economía basada en el talento, muy competitiva en el muy complejo siglo XXI (sembrar petróleo…). Quizá lo que si nunca pase es que se borren las cicatrices de aquel niño que un día tuvo que ser llevado por sus padres a huir del país.
Admiro a Gandhi. Un gran líder, “en empaque pequeño”. Tiene una frase de lujo: “No me asusta la maldad de los malos, me aterroriza la indiferencia de los buenos”.
Tenemos que recuperar la capacidad de asquearnos. Ante estos fenómenos, y ante la monumental corrupción que nos asedia. O si no, terminaremos envenenados por el CO2 que cada vez abunda más en el aire que respiramos. Y terminará en nuestros pulmones.