
Hoy se celebra en Colombia el Día de la Madre. Después de la Navidad es la fecha en que más se consume en el país. Pero paradójicamente es de los días más violentos del año. Y esta violencia surge principalmente en medio de las celebraciones familiares en torno a la figura de la Madre, probablemente con quien el ser humano suele tener la más importante de las relaciones, salvo la que tiene consigo mismo.
Ello me lleva a reflexionar un poco sobre el por qué nos ‘adscribimos’ con mucha mayor probabilidad al Odio, que a su opuesto, la otra punta de los sentimientos, el muy constructivo Amor.
Esta reflexión es como siempre muy parcial. Es un fenómeno cultural, político, histórico, etc. Pero acá me interesa analizar en breve lo que sucede al interior del individuo. Veamos algunos de los múltiples ejemplos que nos ofrece la realidad, tanto la actual como la histórica. Y tanto a nivel macro (geopolítica, etc.), como micro (relaciones interpersonales, e incluso, intrapersonales).
La Guerra entre Israel y los palestinos, la férrea defensa de los unos y el severo ataque de los otros. La Guerra en Ucrania. Las múltiples guerras actuales, de las que ni siquiera nos enteramos.
Las permanentes guerras que se dan al interior de las redes sociales. Solo basta con ver una nota en X (antiguo Twitter), o Facebook, para leer los comentarios posteriores y ver las profundas cargas de odio que se disparan personas que ni siquiera se conocen entre sí. O, la profunda polarización (política, ideológica, religiosa) que caracteriza al mundo actual, no solo entre países sino al interior de estos. O el creciente odio hacia los migrantes, que crece por ejemplo en Europa, permitiendo el avance de la extrema derecha (por ejemplo, Alemania viendo crecer al nacional socialismo, a casi 80 años de su vergonzosa derrota en la Segunda Guerra Mundial; o el avance de la extrema derecha en países escandinavos, tan tradicionalmente democráticos). O el creciente gasto armamentista en todo el mundo, cuando hay tantas prioridades que atender. Y finalmente, el ver cómo triunfan populistas que basan sus discursos en el odio hacia el otro.
La frase de la foto, de Buda, a quien admiro mucho a pesar de no ser budista, es de maravilla. El problema del odio no es ser víctima de este, sino tenerlo adentro. Es albergar en el interior el más corrosivo de los sentimientos. Sin embargo, queda la pregunta: ¿por qué es mucho más frecuente que el amor? ¿Por qué parece serle más fácil al ser humano, incluso a quien tiene valores ‘socialmente constructivos’, como decimos muchos que somos nosotros, odiar que amar?
Mi explicación tiene que ver con el dolor y su manejo. Este, el dolor, es el tema central de la vida humana. Nos es sumamente difícil aceptarlo y manejarlo. Y así, se nos transforma muy fácilmente en resentimiento, y al crecer este, en odio. Y si tenemos un “enemigo externo”, en quien focalizar nuestro odio, nuestro ego se reafirma como FUERTE. Y si además tenemos el soporte de un grupo de referencia (ejemplo histórico, el KKK en los Estados Unidos), nuestra reafirmación crece. No estamos solos en el odiar. Y nuestra responsabilidad por odiar se diluye.
Por el otro lado, el Amor es “débil”. Aquello de poner la otra mejilla, por ejemplo, es muy poco práctico en un mundo donde el poder sobre los demás prima.
En El Arte de Amar, Erich Fromm , excelente autor, habla de que lo importante del Amor es tener la Facultad de Amar. No es un tema de ser objeto digno de ser amado, o de buscar un objeto digno de recibir nuestro amor. Sino una facultad que podemos ejercer.
El odio también sería una facultad. La facultad de Odiar.
Parecemos preferirla. Tal vez por motivos de supervivencia. Cuando vamos en un Titanic, con nuestros seres más cercanos, y este empieza a hundirse al estrellarse con un iceberg, la fiera que habita nuestro interior sale a la superficie, y tira al mar a la anciana que quiere subirse a la balsa salvavidas en vez de nosotros. Y también tiramos al mar a los nuestros. Si se necesita.
¿Así somos?