No podemos decir que nos tomó por sorpresa. Desde diciembre se conoció que en China había aparecido un nuevo virus, para el cual no existía ni remedio ni vacuna. Pero era en China, lejos del resto del mundo. Y no imaginamos lo que vendría. Solo gradualmente; cuando paises europeos como Italia y España exhibieron la magnitud de la crisis que se había gestado, nos dimos cuenta de lo que se nos habia venido encima.
Y de repente, todo cambió. Dramáticamente.
Y de repente, todo cambió. Una crisis humanitaria que amenaza al mundo con miles de muertos, con sistemas de salud que probablemente colapsarán. Y la medida que mejor se le da a la humanidad en este momento, el aislamiento social, amenaza con hundir la economía en una profunda crisis, quizá del tipo de la Gran Depresión que vivieron los Estados Unidos en la década de los treintas del siglo pasado, pero esta vez no circunscrita a un pais sino ya global. No queda tan claro si el remedio no puede terminar siendo peor que la enfermedad. Sabremos en el mediano plazo.
Y todo cambió. En muchas partes del mundo debimos aislarnos. Confinarnos en casa, en algo así como un eterno domingo. Y muchos haciendo teletrabajo. Y los estudiantes usando internet para continuar con su trabajo académico. Y las familias haciendo mercado muy racionalmente, en muchos casos a domicilio. Y viendo como surgen como héroes muchos profesionales, como los médicos, enfermeras, el personal de atención de supermercados, y varios otros.
Y los gobernantes con un reto descomunal. Debatiéndose entre tomar decisiones vitales de corto plazo, a sabiendas de un costo gigantesco a mediano plazo, o dilatando medidas clave, en un afán de no colapsar la economía, pero a un costo potencial gigantesco.
Nadie puede predecir lo que vendrá. Después de controlar, tarde o temprano, la pandemia. Se vencerá algún día a un virus que, a nombre de la naturaleza, arrodilla al ser humano y le da una tremenda lección de humildad e impotencia.
Pero ese mismo ser humano, con su resiliencia casi innata, saldrá adelante. La vida seguirá su curso. Es probable que las personas no seamos ya las mismas; y es posible que seamos mejores. Y la humanidad aprenderá.
Qué es posible que aprendamos?
Que nunca tendremos el piso firme. Que aunque seamos la criatura que domina el mundo y busca conquistar el espacio, también somos frágiles.
Que nada está seguro y que el futuro nunca es predecible. Hace tres meses el panorama de la humanidad era otro. Hoy es incierto.
Que tenemos que dar prioridad a la salud pública. Al final de cuentas, es asunto de todos.
Que hay que cuidar la naturaleza. Como escribió recientemente Juan Gossaín, en la Bahía de Cartagena volvieron los delfines. En Venecia, en los otrora canales sucios, hoy se ve el fondo limpio. La naturaleza mostrando como el ser humano puede ser su gran depredador, pero al serlo, dándose un tiro en el pie.
Que debemos ser más frugales en el gasto. No sabemos las vueltas que de un momento a otro da la vida. Y nuestro bienestar económico, y el de las empresas, puede colapsar de un momento a otro, dejando atrás el frenesí por el enriquecimiento rápido y a toda costa.
Que debemos valorar mejor ciertas profesiones, como la de médicos y enfermeras, vapuleados por sistemas de salud que se volvieron máquinas eficientes e inhumanas de hacer dinero. O epicentro del enriquecimiento de los corruptos. Pero a la hora de la verdad, profesionales vitales para la sociedad.
Que un mundo global entraña también grandes riesgos. Porque como dijo el Papa Francisco I: no estamos solos en esta barca. Un mundo tan hiperconectado entraña riesgos como el que estamos padeciendo.
En fin…algún día la tormenta amainará, y volveremos a la normalidad. A una nueva normalidad. Y quizá, quizá, habremos aprendido una gran lección. Y puede ser también, que seamos mejores seres humanos de lo que veníamos siendo hasta antes de que este minúsculo organismo nos doblegara. Tremenda lección la que nos vino a dar.












